En el libro Rokku hablo de la sinestesia (la mezcla de los sentidos) como elemento fundamental del japanoise. Merzbow, a principios de los años 80, descubrió que el feedback (el ruido acoplado que constituye el 90% de su producción) ganaba en profundidad y sentido al ser edulcorado con imágenes pornográficas. Así que comenzó a enviar maquetas a los cuatro fans que tenía, envueltas en recortes de revistas de dos rombos. Otros siguen esa misma pauta, aunque se lo tomen con algo más humor. Umi no Yeah, por citar un nombre, se alimentan de noodles durante sus actuaciones. La música huele y sabe a noodles.
Yuri Suzuki lleva algunos años fabricando tocadiscos que son trenes de juguete y máquinas de ruido que responden sin motivo aparente a los sonidos ambientales. Hace unos meses hablé con él sobre su arte/diseño/música. En esta ocasión se alía con Mathew Kneebone, diseñador, para producir un artilugio que parece un clavicordio dieciochesco pero que no lo es: es una serie de tubos incandescentes interconectados, que dejan pasar el aire generado por las notas musicales, de tal manera que las llamas bailan al ritmo de la composición. ¿Un ecualizador made in Vienna circa 1750? Algo así.