Los muertos
Hemos oído mil veces que Tokio es la capital mundial de la soledad. En 2010 la megalópolis ha vuelto a confirmar que su fama es merecida. Primero: la gente sigue muriéndose, como toda la vida, pero es un hecho comprobado que cada vez pasa más tiempo hasta que alguien nota la ausencia. Los que demoran su descubrimiento se llaman kodokushi, «muertos solitarios». Son oficinistas que, en el clima económico actual, se ven empujados a la jubilación anticipada, al repentino aburrimiento y a la mórbida lentitud de un piso vacío. Fallecen a escondidas y nadie se da cuenta.

Y a algunos los encuentran en el bosque de Aokigahara
Segundo: en Yahoo Noticias (que es como una colaboración entre Wikileaks y Sálvame Deluxe) se habla mucho de los adolescentes que renuncian al mundanal ruido y eligen vidas eremitas, enclaustradas en el ciberespacio. Son conocidos como hikikomori ,»los que huyen» o «los que se recluyen», chavales que se niegan en redondo a salir de su habitación y que se pasan meses y años sin más compañía que la de sus miles de amigos-basura en Mixi, el Facebook japonés. No es algo que ocurra solo en Japón, al contrario, es una pandemia global, aunque tiene un mayor número de infectados en ese país. Enrique Vila-Matas lo explicó así hace ya tres años:
Los japoneses parecen los pioneros de un porvenir que se intuye poblado de seres alienados, inútiles, solitarios, extraviados en la infinitud de la red, abocados a la destrucción.
Los frikis
Y un año más el país del sol naciente ha liderado la producción mundial de frikismo. Destaca la abundancia de robots, diseñados para hacernos la vida más fácil y a cada cual más inservible. Esto es lo que los economistas llaman el «Síndrome Galápagos«, una forma de evolución paralela… y en la parra, por decirlo en términos académicos. El resultado son robots que bailan, escuchan y te suben las pantuflas a la habitación. ¿Útil? En el resto del mundo nos compramos un perro.

Mazinger Z es más gato que perro: pasa de tu cara
Aunque es aplicable a muchos aspectos de la realidad nipona, la expresión «Síndrome Galápagos» se acuñó para describir el autismo tecnológico de su telefonía: intentas usar un móvil japonés en Soria, Segovia o Nueva York, y no puedes. Y te da rabia porque sabes que es un aparato más moderno que cualquiera de la gama Vomistar. De hecho no podemos usarlos porque son demasiado avanzados. Los ingenieros nipones diseñan los mejores móviles incompatibles del mundo; mientras, Steve Jobs se frota las manos y espera a que le citen en futuras reimpresiones de la Biblia.
Y no es ya, como antes, una carrera entre dos países. En el aeropuerto internacional de Narita hay un cartel que va de lado a lado de la terminal y en el que los turistas pueden leer esto: «¡Bienvenidos a la segunda tercera potencia económica mundial!» Ya que el excedente de frikismo no puntúa en los índices de Producto Interior Bruto, en 2010 Japón no pudo evitar que China le superara.
Los gaijin
El aislamiento de estas islas maravillosamente exóticas no es total, sin embargo. Los científicos han observado que nuevas especies de ave y tortuga llegan a las costas niponas cada día, se van de copas con las aves y tortugas locales y, antes de que nadie se haya dado cuenta, están paseando a churumbeles en el parque. Eso tiene que ser bueno, ya que si te juntas con alguien de tu mismo pueblo siempre corres el riesgo de que sea tu primo, y no sería descabellado que el fruto de la unión guardara un parecido razonable con los Habsburgo.
Para contrarrestar la teoría de las Galápagos, hace unas semanas se estrenó un documental sobre el multiculturalismo nipón. Es un fenómeno muy reciente y una prueba de fuego para un país acostumbrado a la monotonía. En el trailer aprendimos que, actualmente, uno de cada treinta niños nacidos en Japón es hafu, hijo de padre o madre gaijin (guiri).
Los otakus
Y el influjo es recíproco. No solo extranjeros aterrizan en Japón cada vez con más frecuencia, sino que también ocurre lo contrario. O de otra forma. Quiero decir que el peso cultural de Japón en el mundo es hoy más intenso que nunca. Yo, que soy medio antropólogo, lo vengo comprobando desde que viera a mi hermana llorar como las madalenas con Heidi. Entonces era demasiado joven para unirme a su duelo, aunque lo haría más tarde, gracias a las reposiciones y a ese dramón llamado Campeones.
«Yo vi un gol de Oliver y Benji aunque tardara más de una semana» es el nombre de un grupo de Facebook y una experiencia común a la gente de mi edad. El balón se pasaba días en el aire y los personajes vivían atrapados en una tormenta emocional que nos mantenía a todos en vilo al volver del colegio… Esa tensión era algo nuevo, infantil pero inteligente, muy propio del manga y el anime. En los últimos veinte años innumerables personajes de piernas imposiblemente largas y grandes ojos temblorosos han arrasado con los iconos más «tradicionales», a saber, Mickey Mouse, el Coyote y el Correcaminos, Spiderman.

Mangalego, por ejemplo
La conquista japonesa de la imaginación occidental no se limita a la infancia. Los adolescentes de hoy crecieron viendo Doraemon y jugando a la Nintendo. De la mano de Sailor Moon se convirtieron en otakus, esto es, seguidores acérrimos de las sub-culturas japonesas. No hay capital ni ciudad grande en el mundo globalizado que no cuente con al menos un festival de cosplay, manga, anime, visual kei o similar.
Lo mismo ocurre con el cine. Los consumidores de más edad, los que tienen barba cerrada (aquellos que no podrían vestirse de Dragon Ball sin ser cuestionados por la policía) acuden a sucesivos festivales de cine japonés, toman notas en cuadernos Moleskine, comentan los méritos de la fotografía y devoran sushi como si fuera el pisto de su tía Carmen, con esa naturalidad, sosteniendo los palillos en el aire, haciendo bucles al gesticular.
No es que Japón esté de moda, es que hay un algo diferente en lo que viene de aquella parte del mundo (los silencios de su cine, los excesos de sus formas, la intensidad de sus emociones…) que en Europa es recibido como agua bendita, una saludable alternativa a la burda superficialidad de tantos productos americanos -de ninguna manera todos. En América ocurre lo mismo.
El Síndrome Galápagos
Es la versión japonesa del Spain is Different y ha estado en boca de muchos en 2010. Argumentos a favor y argumentos en contra. Japón se expande y se contrae. Y yo no sé qué más decir.