En el servicio de caballeros de las salas de conciertos se oyen las mejores conversaciones, si uno lo que busca es calibrar el estatus de un grupo entre el público asistente. En el servicio de caballeros de la Sala Caracol escuché dos conversaciones, las dos ebrias y por lo tanto igual de relevantes: en la primera los interlocutores afirmaban no haber oído hablar de ninguna de las bandas que tocaban; en la segunda un emocionado veinteañero le confiaba a su vecino de urinario lo mucho que tenía en estima a los Acid Mothers Temple -AMT and the Melting Paraiso UFO, más concretamente. Sí, es un grupo minoritario, uno de tantos secretos que guardamos celosamente miles de melómanos del mundo entero. O se quiere con locura o se desconoce; así lo creemos. Casi todos, sino todos los grupos japoneses que recalan por nuestro país son «de culto». Los herederos del sonido más friki de Frank Zappa, una de las siete cabezas del monstruo del japanoise -ese estilo imposible tan admirado fuera de Japón-, el espíritu verdadero del revival de la psicodelia etcétera etcétera. Por mi lado, entonces, había bastante excitación, acaso también porque me había enterado de este bolo madrileño hacía tan sólo un par de días.
Formaba parte de un mini-festival de dos noches de duración, llamado «Space is the Place, volumen 1», que concluye hoy sábado. Los compañeros de cartel eran los españoles Lüger y los italianos Stearica. Los segundos son maestros del noise instrumental y estos días están de gira conjunta con los Acid Mothers por Europa. Esta noche tocan Om, Reznik y un grupo aún no confirmado. Todos ellos en la espaciosa Sala Caracol, en el Lavapiés madrileño. El hecho de que sea «Volúmen 1» es, por supuesto, bienvenido por todos los amigos del noise (aquí un servidor), aunque el hecho de que sea noise apenas garantiza la media entrada, como mucho. En un lugar relativamente amplio, casi en los límites del indie con sus quinientas personas de aforo, ni siquiera los Acid Mothers pudieron llenar.
Llegué justo antes de que empezaran los Lüger y en seguida, tras preguntarles a los mismos Acid Mothers (más bien a Higashi Hiroshi, guitarra y sintetizadores, y Shimura Koji, batería, que aguardaban plácidamente y en silencio templario tras el puesto de camisetas) a qué hora tocaban, me fui de tapas con un colega a quien no le apetecía pagar los 18 euros de la entrada para escuchar «ruido», cuando a él -pobre- lo que le gusta es Shakira, que por cierto anda por Madrid como parte del cartel del incongruente festival Rock in Rio. Regresé a las diez y cuarto, a mitad del set de Stearica, y me arrepentí de no haberlo visto entero, porque los italianos (batería potentísimo, bajista en silla de ruedas con dedos como espadas y guitarra de múltiples efectos y generoso feedback) tienen un gran directo. En el intermedio le eché un nuevo vistazo a la tienda, donde vendían rarezas tales como las «grabaciones privadas» de Kawabata, cada una irrepetible, decorada individualmente con motivos eróticos por el mismo músico.
En fin, Stearica terminaron y corrieron la cortina. Higashi y Shimura desaparecieron de detrás del puesto de camisetas y aparecieron en el escenario como un trueno apenas quince minutos después. Es un grupo profesional. Todos son muy serios y educados, muy compuestos, lo cual no hace sino contrastar con el estilo enloquecido de música que practican. Tocaron una hora y veinte minutos, calculo, tan sólo cuatro o cinco de sus largos temas, incluyendo la genial e inquietante «Pink Lady Lemonade» y la portentosa «Object Space». Y fue suficiente. He asistido a conciertos «psicotrópicos» (recuerdo uno en particular de Dandy Warhols) de tres y más horas, que se me hicieron interminables. Además, el bolo fue por el lado hardcore, dejando aparte los sonidos más espaciales y centrándose en los acordes duros y el ruido de fondo. Habían improvisado al bajista (aún no he descubierto su nombre) tras perder a su miembro habitual por una esguince en el brazo. Es un músico muy competente, a quien pude ver de cerca a comienzos de concierto, bastante entrado en años pero con un bajo de seis cuerdas -que asusta a cualquiera- y que nos regaló un estupendo solo distorsionado. El batería, que cumplía años anoche, en directo suena mejor de lo que suena en el disco, acaso porque como he dicho la banda es más pesada (en el buen sentido), menos flotante en vivo que en el estudio. A la mitad del set me cambié de flanco para ver mejor a Kawabata. Aunque sea el fundador y líder del grupo, Higashi es su escudero, y los dos tienen mucha química sobre el escenario: el primero agitándose y el segundo casi inmóvil. He visto vídeos de los Acid Mothers en vivo y son todos muy similares a lo que fue su actuación de anoche. Se nota, repito, que es un grupo serio, algo común en Japón, donde incluso las bandas de punk más rabiosas dicen por favor y gracias y son siempre puntuales. Al final del concierto Kawabata bailó la guitarra de mil maneras posibles y acabó colgándola de la torre de sonido, para lo que tuvo que escalar los cinco metros que la separaban de suelo. Y ahí quedó colgada. Entonces el guitarrista sin guitarra desapareció y los otros tres fueron concluyendo. Abundante uso de pedales, sin cambios de guitarra, sonido envolvente e iluminación ambiental, muy apropiada para la ocasión. En resumen: muy preciso, muy heavy, muy bueno.
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